Una mujer sola contra el mundo pdf




















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Please enter recipient e-mail address es. The E-mail Address es you entered is are not in a valid format. Please re-enter recipient e-mail address es. Con una plebeya: con una tal Threse Leisn, -Espaola? La conoci aqu, en Espaa, 22 en Bilbao. Ella tambin huy de su patria a causa de la Revolucin. Vino, segn me han dicho, con una parienta. Nada se sabe de su estirpe. Threse Leisn o Leisney -poco le importa la exactitud del patronmico- es en efecto una inmigrada francesa. Dulce de carcter, bella de cuer- po.

Mariano arremansa su tormenta en aquella rada imprevista y propicia. Como el Rey no otorga permiso, se casarn de cualquier modo. Ella senta que no poda vivir en adelante sin l. Toda deshecha en sollozos suele refugiarse en los brazos de su parienta. Los pescadores asisten complacientes al idilio del seorito noble del Per con la linda plebeya de Pars de Francia. Pero la emigracin es la emigracin, y los emi- grados tienen una extraa solidaridad y un cdigo propio "Padre Roncelin" "prte francais emigr lui-aussi" los casa una buena maana sin aguardar ms el permiso real.

Es el otoo de , precursor de una era de exaltacin, prdiga en versos, heros- mos y suicidios. Bilbao prosigue lanzando redes al futuro y al ocano. Pero all, en Castilla la Vieja, Po, incapaz de soportar la noticia del para l tan irregu- lar casorio para l, un sobreviviente de la campaa del Roselln, capitn ahora de los Guardias Walo- nes, oficial del general Ricardos y del conde de la 23 Unin , solicita permiso para regresar al Per. Mariano nada le ha dicho, entretanto, acerca de su matrimonio.

Po tampoco se lo pregunta. El ocano pondr una valla entre el ceudo solar y el sonriente tlamo. Nada interroga Po. Nada confiesa Maria- no. Bilbao fisgonea y comenta. Threse sonre encantada, ebria de amor. Pronto regresarn a Francia; y as fue como en abandonaron la spera tierra espaola. Mariano vive ya como un desarraigado: Per, Espaa, Francia, todo le da igual. Amanece dentro de su corazn un ciudadano del mundo, un prematuro paria.

Caracol de su abo- lengo, lleva consigo a cuestas su vanidad y su osada, pero sus ojos y el color de su piel contrastan con lo cotidiano. En el umbral, tirando nervioso del llama- dar, est un joven enteco, pequeo, de gran cabe- zota, plido, hundidas las mejillas. La frente se le aboveda y los ojos le arden.

Un mechn nigrrimo surca el desierto de sus frontales. Viste de luto. Pero cie coquetamenre el talle de avispa; y la media pegada a la pierna musculosa, y la hebilla del zapato, y la mano pulida, y el encaje de la manga acusan a personaje de posicin. Las criada francesa viene a anunciarlo algo desconcertada: -C'est un monsieur qui s'apelle Simon de Bolivar Il dit qsi'! De -c- mo trabaja la lengua de la fmula erizada- Vene- zuela, de Caracs Mariano Tristn avanza hasta el recibidor, gentil y ceremonioso.

Simn de Bolvar le estrechaba las dos manos, con mpetu irresistible. Fran- cia, en cambio, recobra su tranquilidad. Ya parece mellada la cuchilla de M. Quin queda con vida? El tenien- te Bonaparte acecha el poder desde la alcoba de su planchadora.

Hoy uni su destino a la viuda del vizconde de Beauharnais, criolla de Martinica, con ms historias alegres que nudos haya en las calcetas de las Eumnides de la Plaza de la Grve.

Mariano y Threse se han trasladado a Pars, desde Dinero no ha de faltar despus de todo. El arzobispo de Granada, pariente de Mariano, le enva una pensin de 6. Po, otra suma importante en tintineantes onzas de precioso me- tal. A Mariano le duele, sin embargo, su inactividad. Por carcter es trabajador, constante, honrado y, al par, ardoroso. Threse es dulce ysoadora. Imagina ms de lo que hace, haciendo mucho; mas lleva ya en el seno un hijo, yeso la obliga a fantasear como nunca.

Pasa las horas, al sol, absorta en complicados arabescos de lana para el que vendr. Afuera, Pars vive das tremantes. La gente pacfica sonre, pensando que, con Bonaparte, re- torna la paz Capeta. Otros, sin poder ocultar sus recelos, repiten en voz baja, amargamente: - Esto es la contrarrevolucin. Fouch lanza por todas partes a sus invisibles y diligentsimas huestes de esbirros, propalando ex- traordinarias especies.

El incendiario de Lyon sabe que es mejor actuar desde la sombra, tratando de hacer olvidar sus extremos. Tayllerand ha comenzado a tejer sus descon- certantes mallas.

El general Bonaparte contempla enfurecido a Inglaterra. Inglaterra acepta impvida el reto que le 25 arroja el Corso. Sin que estalle an en todo su fragor, la guerra se proyecta con sus tpicos bagajes.

Sus padres la llaman Flore-Celestine- Tbrese- Henriette. Mariano, meciendo la cuna con una mano, sos- tiene la carta con la otra. Despus de tanta felicidad, no poda faltar una amargura. Sonrisa de Flore- Celestine-Threse-Henriette: ya te acibara la nos- talgia de tu padre por el terco to Po.

Mariano hasta senta por ste un cario paterno. Atolondrado muchacho que as se le arranca del lado, abando- nando a Espaa, donde era posible ir a verlo cual- quier da! La chiquitina duerme den- tro de su cuna. Afuera, en las calles, ondean ya las anchas capas y lucen gruesas pieles, confirmatorias del otoo. Nieblas y ventolinas.

Las hojas crujen en los senderos de los bosques bajo las pisa- das. Parques de oro viejo, de ramas retorcidas, de- precatorias. Helado otoo. Una hija que viene, un hermano que se va, acaso para siempre, para nunca. Afuera se arremolinan rumores y hojas secas.

Don Mariano no se despide de su mujer al salir de la casa. A pesar de la hija y de Threse, la calle Vivien- ne le parece a don Mariano un verdadero destierro. Por las calles de Madrid llueven coplas, llueven jcaras, llueven claveles, llueven kiries, pu- llas y sarcasmos cuando pasa Carlos IV, orondo, prognato, ventrudo, con borreguil empaque, y, a su vera, Mara Luisa, esplndida y voraz, luciendo el brazo carnoso, la mirada hambrona entre los prpa- dos papujos; y cerca de ste, fachendn, aurisolado Cbermejazo platero de las cumbres, -a cuya luz se espulga la canalla-" , Godoy, el querido, el jaca- randoso Prncipe de la Paz.

Nadie lo oculta, nadie lo calla. Todos lo dicen, todos los saben. Los confeso- res, que mascan secretos, y los parlanchines que los eructan. Pero, Carlos IV se deja acari- ciar por el pincel de Gaya: jinete en caballo vacuno, de pecho gordo y cabeza chica, y l, arriba, puesto ms que montado, intentando un gesto de domina- dor del mundo.

Pero todos los saben Las majas arrullan el aire con sus abanicos y hacen palidecer de envidia a los campanarios con la osada de sus empinadas peinetas de carey, y a los altares con el encaje de sus mantillas, y a la noche con sus ojos de abismo, y a la selva con sus tufos, y al junco con sus cinturas, y al cliz con la redondez dulcemente velada de sus caderas, y con sus tacones, y con su trapo, y con sus jotas, y con sus "soles", y con sus saetas, y con su ardenta, y con el oro suave y muerto de su carne violenta y pugnaz.

Panderos, crtalos y guitarras, y toreros, y manolas, y duquesas 27 que se desnudan ante el pintor para ser majas sin gazmoeras, y reinas plebeyas como Mara Luisa. Jipos y palmoteos. Viva Madrid, y el Oso, y el Madroo, y las testas erguidas que ante nada se inclinan, y la soberbia, y la manzanilla y los boque- rones! Pero el Rey, fuera de la postura en el taller del artista, apenas logra levantar la doblemente coronada testa Mara Luisa contina su prodigali- dad, tambin amba: de lecho y cetro.

Sonre Godoy, panzn y hermosote. Francisco de Gaya y Lucientes dispara sus colores. Napolen Bonaparte, sus am- biciones. Los hombres severos, que ya oyen los ladridos del riesgo en el mar en ultramar y aquende el mar ; los que como el conde de Aranda ventearon el peli- gro que caa sobre las Amricas, proponen vana- mente medicinas heroicas No los escuch Carlos , volteriano y sutil, y va a orlos ahora el pobre marido de la reina de Godoy!

Y menos cuando ste es quien los apaa! Los generales, los coroneles, los tesoreros, los presidentes de Audiencia, los cosm- grafos mayores, los oidores del Consejo de Indias, los pilotos mayores, los cronistas reales, a veces los arzobispos, miran preocupados todo aquello. Pero los toreros, los majos, las duquesas, los frailes, los barberos, los maestrescuelas, los confesores, los co- plistas, los rejoneadores, los chamberileros, las pei- nadoras, las bailarinas, los guitarreros, hllanse de plcemes.

Como en el teatro clsico, enfrntanse dos cartulas: la fosca versus la reilona. La existen- cia contra la subsistencia. El coronel Po Tristn habase marchado de Espaa, sonrojado de la Corte. No pudo ms. Claro, cont muchas estrellas en el cielo antes de llegar a Buenos Aires, en donde la memoria de un goberna- dor a lo Carlos IV, ablico y tontn -el virrey Melo-, pesaba an sobre las espaldas de Sobre- monte, su reemplazo.

Don Po fue designado su 28 ayudante. Ya se oa hablar en toda las orillas de inminentes ataques de nuevos corsarios. Los ingle- ses amagan con su selva de pataches, fragatas, ber- gantines, corbetas y navos.

Espaa, uncida al trono de Napolen, soporta los zarpazos de los atlantes de Britania. Buenos Aires -codiciada presa- afila lenguas, plumas, espadas y culebrinas, dispuesta a defender la ra de intrusos luteranos.

Desde Santa Mara de Buenos Aires, el coronel don Po sabe que el coronel don Mariano ha prolon- gado el apellido en una hija, y que el "rnnage" Tristn reside en una linda casita llena de flores, la casita de Vaugirard. Mariano ha encalmado sus das. Acompasa las horas vindole crecer los ojos, ms que la estatura, a Florita, mantoncito de carne rosa entre cintajos y "agueguidos", y regando las plantas de su pequeo jardn.

El coronel Tristn, horticul- tor! Cincinato ultramarino, encuentra placer, ya en , andando en chanclos por las veredillas de arenisca, patinando sobre el ripio y cloqueando en- tre barrizales de los parterres de rosas de Francia.

A menudo el pauvre petit Bolvar, como lla- maba Threse Leisn al taciturno y al par ruidoso viudo de Teresa de Toro, acuda a respirar paz entre arbustos, y berridos, chez Tristn. Ah se estaban don Mariano, su mujer, el sueo de Florita, Bolvar y el atrabiliario maestro de ste, don Simn Rodr- guez, hombre de mxima gritada, de epifonema permanente.

Haban coronado Emperador de los franceses al petit caporal. Pars entero era una fiesta, distinta a la madrilea. Cierto que Josefina pareca seguir las equivocadas huellas de la espaola Mara Luisa, pero Napolen tambin cazaba en coto ajeno, ya sea con las armas de la guerra, ya con las del amor, y restableca, con holgura, el equilibrio, sin ms per- juicio que para la sacramentesca lealtad matrimo- nial.

Un milln de franceses hipaban en las calles 29 sus sonoros Vive l'Empereur. Ya no la cocarde blanca de los Capetas, sino la imperalicia cocarde tricolor del imperio popular y guerrero, luca do- quier. Los vencedores de Areola, los futuros gruo- nes de la Guardia Vieja, sentan que aquello era su obra. Con la punta de sus bayonetas haban alzado en vilo el imperio de ese general, bajito y gordo, de mirada fija y paso rpido, que aquella tarde se dis- frazara de romano, para ofrecer su perfil al escultor David y legar una medalla a la posteridad.

Era un ambiente heroico, distinto al burlera madrileo. Juntos comentaban entre los parterres de Vaugirard, la ceremonia. El pauvre petit Bolivar, plido, cenceo, morda los cantos de un Espritu de las leyes que yaca sobre la mesa, y luego subrayaba con su pequea mano enguantada de dandy ultra- marino las frases ambiciosas y memorables: -Cun tremendo es que un pueblo se arroje asf, enloquecido, a las plantas de un hombre, sin averiguar si es un libertador o es un tirano!

Los dspotas se incuban de esta manera. Todo Pars, s, todo Pars estaba dispuesto a hacerse matar por su nuevo emperador. Un milln de almas vitoreaba al hombrecillo, ganador de batallas Para l ese ho- menaje es, sin duda, "el ltimo grado de las aspira- ciones humanas, el supremo deseo y la suprema aspiracin del hombre". Qu no ofrecera el pueblo americano al hombre que lograra libertarlo para siempre de la opresin en que 10 tienen su- mido?

Eso es predi- car la insurreccin Aliarse a los ingleses Don Mariano Tristn, coronel de S. Bolvar asinti con la cabeza. En un instante haba olvidado su amistad y vea al frente a un antagonista.

Repiqueteaban en sus odos las frases del juramento de la Logia, redactado tambin por Francisco de Miranda: "Nunca reconocers por Go- bierno legtimo de tu patria sino aquel que sea elegido por la libre y espontnea voluntad de los pueblos; siendo el sistema republicano el ms adap- table al gobierno de Amrica, propenders por cuantos medios estn a tus alcances a que los pue- blos se decidan por l". Rompiendo el silencio, oyse un chasquidito en la cuna, y Flora Tristn Leisn anunci con sus berridos yestornudos que se avecinaba el anochecer.

Sobre el jardn esparcase ahora el violeta del cre- psculo. Una vez adentro, al amor del hogar, Th- rese Leisn aventur una pregunta picaresca que le bailaba en la lengua haca muchas semanas Bolivar, mais Se evapor de Monsieur Bolivar la adustez del francmasn empeado en libertar a un Continente.

Sus rasgos se distendieron. La barbilla voluntariosa se diluy en sonrisas. Desde las cuencas profundas chispearon de malicia los ojos negrsimos.

Sabase que el joven viudo frecuentaba garitos yprostbulos, cafs y salones de toda ndole, casas dudosas y mesas de juego. Sus dedos afilados acariciaban naipes y desgarraban encajes. Sus ojos brujos contemplaban espasmos y envites. Templetes de su gloria eran boudoirs y clubs. Vibraban impacientes sus narices ante el olor a carne perfumada y ante el equvoco brillo de las fichas de marfil. Tahures y cortesanas alternaban con prceres y naturalistas, en sus in- quietudes. Nin de Lencls y Rousseau; Washing- 31 ton y tarambanas, colmaban de visiones las noches del espectro tropical.

Cuando no, acuda a la Logia a saturarse de aventurera. Y junto a l, exorcizndo- lo, valet de Plutarco y de Juan Jacobo, don Simn Rodrguez, el maestro de las sinrazones. Pero, tambin, sola tropezar con hombres graves, y rozarse con ellos. No ya el impetuoso Miranda, sino el penetrante Humboldt, que acababa de regresar de Amrica. El barn correga a la sazn sus Voyages a I'Amrique Equinoxial su Ensayo poltico sobre Nueva Espaa y otro sobre Cuba; pero, por sobre la majestuosa estampa de los Andes, por sobre la imborrable visin del Anhuac, ven- ciendo las indagaciones sesudas que Hans Wolf- gang von Goethe le haba sugerido y solicitado, mecanse en las conversaciones del barn Alexan- der von Humboldt algunas incitantes figuras feme- ninas, y, ms acusada que todas, la de una mexicana, la gera Rodrguez, triguea de tez y rubia de pelo, en cuyo embrujo qued por mucho tiempo prendida la severidad cientfica del seor barn tudesco.

La casa de Vaugirard escuch tambin las di- gresiones analticas del amigo de Goethe, atajadas de cuando en cuando por las imprecaciones del pauvre petit Bolivar, y por los inacabables solilo- quios de Simn Rodrguez. Entre aquella caterva de enloquecidos, bajo la ternura domstica de Threse Leisn y junto a la chafada soberbia del coronel don Mariano, aprendi a balbucear sus primeras pala- bras Flora Tristn.

Fouch desplegaba mayor vigilancia que nunca para acallar rumores. El Emperador haba puesto la mirada en 32 Espaa, pero los ingleses le haban roto el espinazo a la flota peninsular. La casa de Vaugirard se haca ms jardn que nunca ante la mgica palabra. Pero don Mariano no sonri esa vez Mariano capitul. Tendi el peridico a su mu- jer por sobre la cuna de Florita Los buques ingleses detienen naves espaolas Un galen que vena de la Amrica espaola pillado por Muchos valores desaparecidos Figuran entre ellos El coronel don Mariano daba vueltas, con las manos a la espalda, en torno de la cuna.

Estaba perplejo. Se detuvo. Se rasc la oreja. Mir los rbo- les, el cielo, a su hija. Volvi a pasearse, siempre rascndose una oreja. Teresa meca la cuna. Flora dormitaba, ajena a aquella catstrofe. Don Mariano decidi imitar a Flora. Se encogi de hombros: -Ante todo, no decir nada al Per A qu? Pedir otra remesa Para eso hay cmo. Sigui caminando por el jardn.

Ahora con las manos en los bolsillos, a grandes zancadas. Para disimular, Teresa bes a raudales a la chiquilla dormilona. Era en primavera.

Godoy 33 est con Francia Es 10 mismo. Esa misma tarde lleg el pauvre petu Bolvar hecho un jacobino al rojo vivo, furente contra el Emperador y su poltica. Simn Rodrguez 10 escu- chaba con los ojos, ms que con los odos. Threse Leisn patriticamente abandon el jardn llevndose a su hija en brazos. Mientras don Mariano, Rodrguez y Bolvar paseaban por el jardn, este ltimo arrancaba ma- quinalmente, furiosamente, las flores que se ponan al alcance de sus manos, arrojndolas a la vera del senderillo.

Tristn 10 observaba sonriente y silen- cioso. De pronto, le ech un brazo al hombro y le dijo en son de broma: -"Bolvar, coja las flores y la fruta que quiera; pero, por Dios, no arrase con todas las plantas por el mero placer de destruir" Bolvar detuvo una res puesta atrevida en la misma punta de sus labios. Das despus Bolvar y su maestro Rodrguez partan hacia Italia.

Una nueva desventura flagelaba a Tristn. La Minerva, barco muy marinero, haba naufragado: con l zozobraron otros 6. Hija de varn acauda- lado, la pobre Flora Tristn sobrellevaba, sin em- bargo, una niez atormentada. Y no era slo eso. Threse Leisn disponase a dar un nuevo hijo a Mariano Tristn. No tardara ya en nacer el her- mano de Flora. Entretanto, Po, tambin, afrontaba acbares en Buenos Aires. Los ingleses haban roto hostilida- des contra las colonias espaolas de ultramar.

El Rio de la Plata se erizaba de expectativas y temores. Ah, cobarde virreyzuelo Sobremonte! Asomaron en lontananza los veleros ingleses. Bajo el cielo ail cambiaron saludos, polvorazos y baloteos. No esperaba siquiera un azar bobo: se evada, hurtaba el cuerpo y el nima a la sobrecarga de presagios funestos Pum, pum, pum Beresford, al frente de sus aguerridos marinos, pona planta en la ciudad y se la apropiaba. Felizmente, el francs Liniers con- greg a soldados y pueblo, y se enfrent al britnico.

Venciendo sus escrpulos disciplinarios, don Po acudi, plido y decidido, ante Liniers: -Ala orden, seor: por Espaa y por el Rey. Liniers mirlo, sonredo: Por el Rey? Dijera mejor por Espaa a secas! Qu laya de monarca era ese cornudo Carlos IV o ese vapuleado prncipe de Asturias, Fernando, gordo y abacial?

Pero no dijo nada: dict una orden. Po Tristn parti a cum- plirla. Santa Mara de Buenos Aires rechaz a Beres- ford.

Liniers se embriag de vtores por las estre- chas callejas del puerto, sobre el ro chato, oleagi- noso, denso, inmvil. Ya no iba Bolvar a la calle Vaugirard. Conta- ban que en Italia haba formulado un estridente y 35 cncavo juramento en la cima del Monte Sacro; que enseguida haba vuelto a Venezuela a cultivar la revolucin para sus tierras. El inquieto Francisco de Miranda habase marchado aquel mismo ao de a bordo del Leander para levantar una revolu- cin en Tierra Firme, contando con el apoyo de Pitt y las logias francmasnicas.

No tardaba en produ- cirse un conflicto en Portugal, y el Regente y la joven infanta Carlota Joaquina emprendan la tra- vesa procelosa del Atlntico, en busca de refugio, en su luee colonial del Brasil Flora iba a cumplir cinco aos. A su lado, frun- cido el hociquito oliendo a leche, dorma un nuevo Tristn y Leisn, el primer varn.

Haba pobreza en el hogar del emigrado. Escu- dos, s, pero dorados a fuego en el testero de la sala, en algunos muebles entre conventuales y palatinos, no en los bolsillos. Don Mariano suspiraba a menu- do desde su jardn. Mustibanse y florecan los rose- dales, creca y se achicaba la sombra, vena y se alejaba el sol, y la lluvia filtraba su llanto, entre las hojas, o simplemente suspenda su lloro sobre la tierra seca. Don Mariano no tena noticias, ni reme- sas.

Mejor an: ni remesas ni noticias. Los herma- nos menores, embarcados en pendencias guerreras, olvidaban que el mayorazgo languideca en su hu- milde retiro, en su faubourg de Pars. Para animarse al viaje, Threse haba ledo algunos relatos encendidos: el Abate Prevost, Bernardino de Sto Pierre, el ahora anatematizado vizconde de Chateaubriand Alguna vez, bajo los tilos, hasta suspir en silencio por Ren.

O surgi Atala tremante, y sollozaron trmulos los Nat- chez Mas, no decan que acababan de ejecutar en el Cuzco, cerca de la ciudad de los Tris- tn, a un visionario rebelde? No andaban revueltos los americanos de Tierra Firme? No escapaba ya Buenos Aires a la tutela del Rey de Espaa? No se 36 hablaba de la conspiracin de un tal Moreno, de seguro un insurgente hirsuto con faldelln de plu- ms?

Oh, no, no! Threse Leisn apretaba contra sus pechos a los dos hijos, y sacuda la cabeza vehe- mente ante la posibilidad de viajar hasta Amrica Don Mariano no insista. Dejaba errar por sus la- bios una sonrisa plida, y tarareaba aires muy tris- tes, con una meloda lacerante, montona y palabras ininteligibles Urpi, Urpi, sonco sa Florita traduca en su idioma estropajoso al francs materno: -Ma petite colombe, ma petite colombe Urpi, sonco sa Ladrn de corazones, el re- cuerdo; la nostalgia, capona'.

Pero ya no era posible ni siquiera agonizar apaciblemente: Ha estallado un motn en Aranjuez Godoy quiere derribar al prncipe de Asturias, que es su enemigo Carlos no apoya a su hijo, en Madrid.

Napolen ha invitado a padre e hijo a Bayona. Godoy y Mara Luisa apoyan al Emperador Carlos IV ha abdicado la corona en favor del prncipe de Asturias Declaramos que el mandamiento de Dios para Sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece en vigor. Declaramos que los medios por los cuales se crea la vida mortal son divinamente establecidos. Afirmamos la santidad de la vida y su importancia en el plan eterno de Dios.

Pero Chaza! Flores a ambos lados del sendero. Dos pilares truncos, de centine- las. Algunas casas diseminadas. Por eso no ha venido con- migo Tienes unos ojos que ya no se dan sino A sus cabellos de color de miel y enroscados bucles; a su nariz de un perfil impecable; a su boca algo gruesa, pero per- fecta, entreabierta y cuajada de sonrisas, agregaba Manuela un encanto indefinible Estaba comprometida desde mucho antes de llegar".

Lo conozco mucho. Usted no tiene idea de lo que yo he sufrido Las cosas ocurrieron de un modo senci- llo, sin embargo. Fue espantoso. Gautrau, M. Dalidou, M. Martinet, M. Barcillet, etc. Ellas son tellement libres. No hay hombres que las pueda vencer. La maledi- cencia atribuye a la esposa de don Domingo una terrible falta, un pecado inaudito: tener un amante. Amaneceres de ocaso Terribles y en- cantadoras mujeres.

Usan la saya y el manto pro- verbiales en Lima, cual no las hay ni las hubo en parte alguna. Y casi no logran dar paso, tan estrecho es el ruedo. Sobre la saya se cruza el manto que apenas deja ver un ojo. Flora las mira, las oye: "mujeres de naturaleza aparte, las mujeres de Lima sigue anotando en su diario go- biernan a los hombres porque les son superiores en inteligencia y en fuerza moral".

Cuando se ve en la calle a una dama de lindo pie, muy bien calzada, pero vestida con una saya vieja, nadie la sigue donjuanesco, aunque todos comprenden que se trata de una "disfrazada".

Flora observa apasionada esa vida fe- menina tan distinta a la europea. Nada que sea favorable. Las pintorescas corridas de toros le producen ho-. Asiste a algunas fiestas populares. Lomos y pelucas se curvan ante los ojos retadores. Mas, de pronto, algo la detiene.

Y, luego En la "villa" de los Lavalle trabajaban cuatro- cientos negros, trescientas negras y doscientos ne- gritos esclavos. Flora, ahita de tanta sensualidad, fuese a recorrer los dormitorios y las celdas de castigo para los esclavos. La una era salvajemente hermosa. La Paria sube la escala, sin poder ocultar cierta indescifrable inquietud. Exactamente, el veintisiete de abril. Claro que los nuestros se resistieron.

Lo adulan todos. El boliviano manda, Florita; el boliviano manda Nos destierran a Chile. Esperamos que zarpe el velero ese, el ]eune Henriette. Flora ha escuchado sin res pirar casi. Escudero la aprieta con fuerza. Flora atisba los diminutos piececitos con ajorcas en los tobillos. Mujer y mujerse miden. Frente a las dos, Escudero baja la cabeza confundido. La voz suena bronca, hasta como fatigada.

Tedio, cansancio, fati- ga, desesperanza brotan de aquella garganta ardien- te cuando impreca. Refiere cuitas, amargores. De pronto el rostro se le descompone. Y ella, la Paria, encadenada junto a la Mariscala, ven- cida como ella Pero, ahora Flo- ra, desde la orilla, mira alejarse lentamente al [eune Henriette. No levanta la mano, ella que abofeteaba a coroneles levantiscos.

Apenas se divisa ya su silueta. El Jeune Henriette despliega todas sus velas y se confunde velozmente con el horizonte. No hay, pues, gratitud en esta patria larga- mente anhelada. Partamos ya. Otra vez El Callao. El polvo borra la silueta de la ciudad abolengada. Flora deposita sus maletas en el camarote de la Mariscala.

Cinco veces consecutivas suena el timbre de a bordo. Rechina el ancla La brisa alborota los negros cabellos -y unas pocas canas- de la sin patria.

Caminas con tu fardo de truncamientos y frustraciones. La pariste de tu propio seno y ahora te embruja y te conduce. Ahora has mordido la angustia de una ruptura peor que la de tu hogar. Pero, temes. Y los hijos, formas inolvidables, urgen callados, inubicables y ubicuos, tu ternura. Los marinos no la miman como antes: hasta llegan a insultarla. Al fin divisa la costa de Francia. En brazos de su madre, Flora experimenta contradictorios senti- mientos. Flora disimula como puede un gesto de repugnancia, y sigue oyendo.

Prosi- guen los relatos. Ha alquilado esa casa con un nombre supuesto. Amor u odio, Flora teme algo, y se disfraza. Pero no es posible mante- ner el sortilegio de su ineditez. El dinero importa poco. Su mente trabaja sin descanso; la pluma trata de seguir la velocidad de la inteligencia.

El ruido de hierros parece connatural de aquella casu- chita. Flora entra y sale. Taconea de prisa, queriendo volar, con un paquete bajo el brazo, rumbo a su alojamiento.

Paris, Chez Delauney. Palais Royal. Ha nacido una nueva escritora, una formidable polemista. Todos, todas lo hacen. Relee sus palabras, cavilosa: eso es cierto, aunque aun no basta. Fourier, que se halla en el cenit de su gloria, venerado por los trabajadores, acreedor al respeto de los universitarios, temido por los pode- rosos.

Se mira al espejo, donde los ojos desafiantes le devuel- ven redoblado aliento. Pues, a la calle, a donde el insigne maestro del socialismo. A buscar a Fourier. Felizmente, le fue leal su pensamiento. De ello se percata, con claridad, Fourier, cuan- do la visitante ha abandonado el campo.

Pero la inquieta no para en su aloja- miento. Ambula por las calles y talleres congregando voluntades, aunando descontentos, empresaria de insatisfacciones. Flora tiene conciencia de su des- ventura al no haber sido hallada por Fourier, y le dirige -en octubre de una carta con rendi- das excusas. Mas la vida no le da tregua. Dos miradas asienten, desoladas. Aline se ha resistido hasta el final. Chazalla ha levantado en vilo, y el coche parte a galope tendido. Chazal ha comprendido bien: esa hija ya no es suya.

Las dos mujeres se miran a la cara. Soy tu madre Al fin llega a saber: es la fecha de Todos los Santos. Hace dos semanas que no ve a su hija. Hasta le hace bromas, si bien tiene los ojos fulgurantes y aprieta convulsivamente los dientes de rato en rato. En torno a la mesa, el comandante, su mujer, Chazal y Aline. Toe, toe Aline exhala un grito y se arroja a sus brazos. Chazal, violento, tira la silla y se lanza sobre su mujer. Chazal blasfema, tratando de arrebatar a Aline. Flora se abre paso a inju- rias y empellones, y sale a la calle.

Los soldados tratan de arrestar a la impetuosa: - Yana conozco a ese hombre -es su res- puesta, seca como un latigazo, y sube a un coche con Aline. Chazal se precipita tras ella, pero los aurigas del panadero le obstruyen el paso.

Pero, al fin y al cabo, un uniforme es un uniforme. Entonces interviene el Procura- dor del Rey. Se abre proceso. Flora se deja arrastrar por la oratoria ardiente del rebelde. Organizando la inquietud Es el mes de julio. El Gran Talma triunfa en el tinglado. Acaban de confiar a Rachel, la Comedie Francaise.

Al margen de esto, Chazal aguarda paciente- mente su venganza. U na tarde en que Flora se halla enfrascada discutiendo sobre la mejor forma de sal- var al mundo, rapta de nuevo a Aline, a fin de impedir que la visite su madre.

Flora se desespera. Indaga, busca. Interviene la justicia. Mas, ya Flora tiene en sus manos la llave maestra del destino de Chazal. La sospecha del incesto real o frus- trado prende en la mente de Flora. Eso no puede continuar. Flora tiene ya una personalidad; su causa ha conmo- vido muchos corazones, inclusive al seco y regla- mentado del Fiscal. Chazal insiste, insensible a lo que en torno suyo fermenta. La audiencia escucha, sobrecogida de asco, un terrible relato.

Decepcionado por haber perdido el. Pero no: Chazal no acepta eso. Todo lo cual no la detiene en el camino elegido. Al contrario, se vale de la aureola de su martirio para insistir en sus demandas doctrina- les. Sainte-Beuve, siempre tan vanidoso y distante, se ha dignado destilar algunos comentarios sobre el modo de escribir de la Paria. A ella no le inmutan tales cosas. No le interesan los literatos, sino los economistas, los agitadores. Ya sabe que -dura experiencia- la vida es una lucha inacabable.

Entonces recuerda que tiene a mano un tesoro no explotado La pluma se mueve con vertiginosa rapidez sobre el papel. Los recuerdos afluyen en doloroso torrente. Ello ocurre en La auto- ra dedica valientemente la obra "A los peruanos".

El embrutecimiento de un pueblo da vida a la inmoralidad de las altas clases". Ese es el deseo muy sincero que me anima". Y Firmaba: "Vuestra amiga y compatriota". Individualidad le reconocen todos. Pero eso no basta. Por su belleza, su audacia y su talento, era recibida con aplauso en los medios intelectuales.

Es decir, por casi todos los lectores. Como siempre, la sinceridad de la autora. Presenta en ella un argumento que, a ratos, evoca el de Los Miserables, por su chata ternura y la inverosimilitud de algunos de sus protagonistas.

Su madre, Lady M Jean conoce en esta ciudad a Clotilde, parienta de los M. Jean, deshecho, vuelve a Dieppe y comprueba que efectivamente hay una mancha judicial en su fami- lia.

La duquesa muere de parto. Nuevas peripecias rodean al infeliz. Oliverio la seduce. Ella lo com- prende, y resuelve aprovechar de tal circunstancia en beneficio de sus ideales. Todos comentan el aten- tado contra su vida. La gente abre la boca de pasmo.

Caramba con la mu- jercita! La Justicia dicta su fallo sobre el proceso de Chazal, Este ha cometido el error de mostrarse excesivamente sereno y hasta desafiante ante los jueces.

La Corte accede. Estarse quieta, prendidos los ojos de los maderos del techo, hundidos en las tinieblas convida al recuerdo, y cuando ese recuerdo desautoriza al Dante - "Nes- sum maggior dolore, etc Como cuenta con amigos literatos, puede apro- vechar a la "inteligentzia" en defensa de sus ideales. De tan sabida, la misma niebla es ya un camino y abre trochas al. De entre los fraques coloristas emergen venrripotentes burgueses negociantes de la City.

Mistress rubian- cas, con manos de tejer y ojos de impertinente. God save the King, God save our gracious Queen Ya no fraques ni ventripotencias. Apenas hambre, mugre y miseria. Un pueblo sufi- ciente, orgulloso y hambreado. Largas hileras de cesantes deambulaban, sucios y desesperados, por las calles ayer pimpantes. Los hombres trabajaban doce horas. Las mujeres, otro tanto. Y siempre alcohol, palidez, mugre, tristeza, protesta.

Mise- ria, miseria, miseria. Riqueza de pocos, hambre de todos. Picwick, por el joven Carlos Dickens. Y la Biblia por encima de todo. La Biblia, resolviendo conflictos personales y colec- tivos Por cierto que no, pen- saba Flora.

Todo se solucionaba con un terco y feroz individualismo. Sus propias palabras la desconcertaron. Pero los financieros y la nobleza la negaban. El Cartismo ganaba a las masas. Fogoso, elocuente, representaba a la vez el catolicismo tradicional de la Isla, terca, belicosa y separatista. Para Flora, O'Connell era sencillamen- te "milagroso".

Por las calles desfilaban interminables y repetidos mee- tings. Los obreros saludaban con so- noros hurras los discursos cartistas, pero la clase media se agazapaba tras de su temor y cerraba filas en contra. Lord Grey fue derri- bada en seguida por las invectivas de O'Connell y sus diputados irlandeses. Pero el hambre iguala. Los adictos a la escuela de Manchester culpaban.

Buscaba y hallaba paliativo. El loco se acerca lentamente, la envuelve en una larga mirada. Sus dedos de garfio se ablandan en torno de la firme mano laboriosa. Algo vacila en sus pupilas, y cae de rodillas: -Oh, ma soeur, ma soeur Fou- rieristas y owenistas coinciden en reconocer el indu- dable arrojo de la autora de Promenades dans Lon- dres.

En Le Nouveau Monde, los fourieristas recomiendan insistentemente a la au- tora de Promenades. Flora piensa ya en otros temas. Tanto como el grave y laborioso Louis Blanc. La inconformidad de Flora se orienta hacia un socialis- mo sentimental. Bailes, halagos, aplausos, retratos, elogios. Por no traicionar sus ideas, Flora ha hecho de sus hijos dos proletarios.

Aline, manos de seda, gana un salario como modista: Ernesto, como obrero. Ahora, ella forma parte del movimiento lla- mado el evadisme, fundado por el escritor Ganneau. Ganneau, sonriente, contesta: -Es un movimiento salvador de la humani- dad.

Aspiramos a que la humanidad se integre, juntando en un solo haz, los esfuerzos de hombres y mujeres, de Evas y de Adanes. Flora se abstiene de contestar. Sobre ella caen fijos los ojos taladradores. Dicen cosas un poco raras.

Com- parte su tiempo entre visitas a los centros obreros, donde la escuchan embebecidos, y largas estancias en su pieza, frente a su mesa, escribiendo febril- mente. Sus colegas del diario obrero La Ruche saben algo de sus proyectos. Que no ocurran nuevos reveses.

Que no se pierdan otras batallas. Flora se muestra poco comunicativa. Sus amigos literatos la han perdido de vista. Lleva en la mano un rollo de papeles. Camina mascullando incomprensibles palabras. Flora desenrolla sus papeles: -Esto. Al fin, termina su tarea. A pesar del calor de sus palabras, a pesar de su belleza, no todas las respuestas son satisfactorias.

Algunas ni siquiera llegan a respuestas. Por ejem- plo, el famoso Lamennais se niega siquiera a reci- birla. La primera lista arroja francos en total; la segunda, Flora divaga acerca de su iniciativa. Para llevarla a cabo, se juntan dispares esfuerzos, todos fecundos. Pero nada desanima ya a Flora, identificada con su nueva actividad. La propagan- da va in ereseendo. Pronto comprenden que no basta ganar a la capital. Flora, sin. N o sospecha el infeliz que aquella mujer, aparte del ideal que la sustenta, vive, durante su permanencia en Burdeos, con el alma encendida por los recuer- dos.

De todo ello se acuerda, mientras por la ventanilla de la diligencia resbala el disciplinado e incomparable paisaje gris de Francia. Copiemos la portada para ilustrar al lector acerca del eco dejado por quien se sacrificara en beneficio de los humildes y sobre todo de las humildes.

Deuxieme edition. El estilo es de una vehemencia tremenda. Es el12 de abril de Y, de nuevo en pugna con lo consabido, se dirige a Auxerres, primera estancia de su nuevo peregrinaje. Mientras se aleja, sordo canto brota de la gar- ganta de una docena de proletarios.

Desde luego, eso significaba mayor actividad organizadora y de propaganda. Luego que cierra el cuaderno, suenan doce campanadas en la torre leja- na.

Recibe propi- nas y piropos. Los obreros de Macen ven surgir un espec- tro, todo ojos, ante ellos. Los tres Bauer andan compli- cados en tales acusaciones.



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